El recorrido comienza en Barracas y llega hasta la estación Marinos del Belgrano, en Merlo. Clarín hizo una radiografía de este servicio público donde los robos y hasta la muerte conviven junto a los andenes.
El eterno duelo entre la máquina y el hombre parece haber quedado resuelto. La locomotora está detenida en la puerta de la estación Villegas, inútil, con cuatro vagones paralizados detrás. El maquinista se asoma y mira resignado, mientras el centenar de pasajeros que lleva ni se molesta por ver qué es lo que sucedió ahora. Si se interesaran, verían que el tren está parado porque a un señor se le ocurrió sentarse durante un rato en las vías. Y nadie sabe cómo convencerlo de que se retire.Pasan los minutos y al final el duelo se resuelve como casi todo aquí en el lejano Oeste bonaerense: por obra y gracia del destino. Ya más descansado, el señor decidió levantarse y volver a Puerta de Hierro, una de las villas de La Matanza que atraviesa la línea "M" del Belgrano Sur. El tren queda listo así para darle nuevos disgustos a los pasajeros.Los inconvenientes son la norma en una línea que se destaca por ser, quizá, la peor de la Argentina. Esta semana fue mala noticia otra vez, cuando cinco ladrones empujaron a Juan Marcelo Cruz a las vías para robarle el celular y un tren lo arrolló, en la estación Libertad (Merlo).La línea tiene su cabecera en Capital Federal, aunque no lo parezca.
El nombre de la estación central es Buenos Aires, y esto es lo único en ella que remite a la ciudad. Levantada en 1908 como algo provisorio, sobrevivió en Barracas sin cambios y sin orgullo hasta hoy. Techos de chapa acanalada, paredes de madera despintadas de blanco y verde y andenes polvorientos remiten a rincón de pueblo. De pueblo feo.El reloj de la estación no será suizo, pero aún así marca que ahora son las 17.08 de un martes, dos días después del crimen de Juan Marcelo. "El tren para a veces acá y, a veces, allá", señala con precisión un vendedor de sánguches. La locomotora entra minutos después por "allá". Es de las últimas Diésel que quedan, ya que el plan de electrificar este ramal está demorado más o menos desde tiempos de Edison.Los cuatro vagones se llenan de a poco. Hombres y mujeres que no saben de i-pods ni de celulares con MP3, llevan bolsos que hablan de trabajo. No viaja gente rica: el pasaje hasta la otra punta del ramal, la estación Marinos del Belgrano —en Merlo, a 34 kilómetros—, cuesta 1,05 peso.Hay olor a comida dentro de esos cilindros de chapa que son los vagones. Asientos de cuerina exhiben todo tipo de leyendas, desde promesas de amor a Daiana y Joana hasta cuestionamientos a la virilidad de Eliseo y Alejandro. La gente se acomoda lo más separada posible. Los desconocidos no se hablan entre sí ni se miran a los ojos. Ni leen. Nadie quiere llamar la atención, salvo el panchero que pasa. "Superpancho, gaseosas, cerveza fría", tienta el vendedor. Atrás entra otro que, por un peso, ofrece yuyos "uña de gato" para "excesos y dolores de hígado". El tren arranca y tintinea la cristalería, que no es la de la abuela sino la que cubre los ventanucos. Comienza así una recorrida por las espaldas del sudoeste.Son 17 paradas. La gente que espera en Sáenz, Soldati e Illia va poblando el pasillo. En Lugano, el reloj de la estación marca las 8.30, apenas tres horas adelantado. "¿Maestro?", pregunta un vendedor de perfumes "originales". Otro ofrece tres alfajores por un peso. "¿Tenés miedo que te hagan mal?", provoca a un cliente dubitativo. "Te ponen oscura la piel, nada más", tranquiliza. Los que se tientan pagan con lo justo.En la estación Aldo Bonzi, ya en el conurbano, un "Copetín" al paso es el único local. Un cartel dice, textual: "Less bien! Gaseosa familiar, $1,50". La siguiente parada, Justo Villegas (La Matanza), es menos pretenciosa. De un lado hay una carpa de circo, una ruta, villa y más ruta. Del otro, un terraplén de basura. Desde una casilla vecina aprovechan las rejas del andén para atar la soga de tender la ropa. Desde un ombú, tiran piedras contra los vagones. Nadie se inmuta, a pesar de que cada impacto suena como campanazo. "Esto es una indiada, hermano, que Dios me perdone", comenta un hombre de gomina rigurosa. Luego, sin esperar la gracia divina, se duerme.El tren pasa y la estación queda casi vacía. Aparecen tres adolescentes, abren una bolsa y se reparten algo. "¿Qué carajo hacen ahí?", los sorprende el grito de un gendarme. "¡Rajen de acá y dejen a la gente tranquila!". Los chicos huyen, el agente gira y, sin saber que le habla a un periodista, le dice a Clarín: "No puedo irme un segundo del andén que aparecen chorros y drogadictos".El gendarme y su compañero tienen un bunker en el baño. "No nos podemos descuidar. Y si vemos algo afuera, llamamos por teléfono al 911", cuenta, desnudando que no tiene otra forma de llamar a la Policía. "De noche, si el tren se frena frente a la villa, saquean a los pasajeros y hasta al maquinista. Hace poco, a mí un chico me manoteó el arma mientras charlaba con el boletero".Cuatro estaciones más adelante está Libertad. El tren se detiene antes de entrar, porque a esa altura sólo hay una vía y hay que esperar a que pase la formación que va en sentido opuesto. La gente se baja, entre basura que se quema. Diez chicos que juegan a la pelota en un campito junto a las vías paran el partido para agarrar piedras y tirarlas contra los vagones. Tienen buena puntería.Dos policías de la Federal caminan por el andén, siempre juntos. Nadie quiere estar solo. "Acá no existen los pungas, pero hay muchos chorros", cuentan a Clarín. "Hacemos guardias de 12 horas. Pero a la noche, si no hay mucho personal, del destacamento no mandan a nadie", explican. "La mayoría de los fines de semana tampoco estamos. Arriba del tren pasa de todo". Los pasajeros también coinciden en que los fines de semana, sobre todo domingos como el que mataron a Juan Marcelo, son más inseguros. "Ahí el tren es un descontrol. Está lleno de chicos alcoholizados que se drogan delante tuyo sin ningún problema", se queja Alcira (51), que viaja todos los días a las 8 y a las 18. Oreste (80), un cuidador de caballos jubilado, también se preocupa. "Yo de noche en este tren no viajo ni loco. Acá cuando oscurece desaparecen los policías y se llena de chorros", apunta, con una colilla apagada en la mano.La noche es lo peor. Los espacios entre vagones son iluminados por bombitas protegidas por rejas. Sobre los asientos, luces amarillentas parpadean sin ritmo. Hacia afuera no se ve nada, salvo algún perro vagabundo. La sensación es que el destino es lo único que evita más tragedias.
Domingos, los días con más problemasLas 320.000 personas que cada mes viajan en la línea "M" del Belgrano Sur deberían estar custodiadas por 103 policías federales repartidos en la mayoría de las 17 estaciones, 78 brigadas a bordo de los trenes y 26 gendarmes en tres puestos diferentes. Pero en la propia empresa Metropolitano —la concesionaria ferroviaria— admiten que las custodias no siempre se cumplen porque falta personal."El problema es que los policías cubren estos servicios como adicionales (horas extras), para los que deben anotarse en forma voluntaria. Pero a veces prefieren cubrir otros adicionales y entonces quedan vacantes, sobre todo los fines de semana", explicó a Clarín Fernando Jantus, vocero de Metropolitano.Según Jantus, el problema se agrava los domingos, cuando los policías tienen como opción más atrayente el hacer horas extras en estadios de fútbol. Un domingo, justamente, fue cuando mataron a Juan Marcelo Cruz en la estación Libertad. "Estaba previsto que allí hubiera custodia policial. Pero ese día no había policías y se priorizaron otros puestos".Las custodias fueron reforzadas desde el 1º de agosto, por un acuerdo entre la Secretaría de Transporte (paga las horas extras junto a Metropolitano) y la Federal. Antes, los policías previstos para las estaciones eran 41. Ahora, son 103. Los de a bordo subieron de 60 a 78."Cuando faltan policías, lo que queda sin custodia son las estaciones, porque los puestos que tienen que estar cubiertos sí o sí son los que de arriba de los trenes", indica Jantus. "Esto es así porque, si no hay policías a bordo, los maquinistas se niegan a arrancar. Se está trabajando para conseguir más policías, pero va a llevar tiempo".
Fuente: www.clarin.com.ar